Minutos antes del final del partido en el que el Lyon francés eliminaba al colosal Real Madrid, en el mismísimo campo del Santiago Bernabeu, recibí un mensaje de un buen amigo dándome el pésame por la derrota del equipo favorito del general Francisco Franco. Nada más alejado de la realidad que mi dolor respecto a este acontecimiento. Por ello, me veo en la necesidad de aclarar mis pasiones futboleras y que mejor, que hacerlo desde el palco donde se aborda el futbol desde su forma pura, desde futbolvisceral.blogspot. Le agradezco a De Paula su invitación a participar.
Durante años caí en el lugar común de evitar discutir de futbol por la misma razón por la que se evita discutir sobre religión y política. Sin embargo esta suerte de ostracismo trae consecuencias lamentables para la pasión futbolera porque irremediablemente “se lleva entre las patas” no sólo los desaguisados, sino también los dulces momentos que hacen al balonpié “el deporte más hermoso del mundo”. Uno de esos momentos fue para mí la derrota del engreído equipo merengue.
No soy hincha del Olympique Lyonnais. Tan sólo disfruto cuando pierden los grandes. Algunos podrían juzgarme de ser el “clásico ardido”, fanático de un equipo mediano o pequeño que nunca gana nada; a estos les diré que en lo segundo están en lo correcto y equivocados en lo primero. Me gusta observar un encuentro con la ilusión de que suceda lo inesperado, no sólo pido “una jugadita extraordinaria por el amor de Dios” sino también que los pronósticos no se cumplan y que las mayorías, seguidoras de los clubes grandes, generalmente se le volteen a su equipo y lo abucheen y con ello demuestren de qué está hecha su afición: de un banal triunfalismo y no del amor a una identidad deportiva.
La caída del Real Madrid ante Lyon regocija por varios aspectos. El primer e indispensable ingrediente es que David derrotó a Goliath: aunque el equipo francés es multicampeón en su país, no es nadie en Europa, su modesto título de la Copa Intertoto está a años luz de las nueve orejonas con las que cuenta el Madrid en su palmarés; el segundo ingrediente lo puso la localía madridista. No hay nada más placentero que el silencio de un estadio -Bernabeu, Bombonera, Old Traffor etc- ante la anotación del visitante y más cuando el gol significa la eliminación y, particularmente en este caso, perder la oportunidad de jugar la final de la Champions en su propia casa.
Sí, este año como los amantes del futbol europeo lo deben saber, se jugará la final en la capital española y por ello Florentino Perez, presidente del club blanco, derrochó millones de euros en las vanidosas contrataciones de Kaká y Cristiano Ronaldo, por cierto esta última como la más cara de la historia. Sin embargo, una vez más el destino ha demostrado que las copas y el buen futbol no siempre se ganan con soberbias bofetadas de billetes. El Lyon con mucho menos presupuesto se despachó a los de Pellegrini y todavía se dio el lujo de fallar dos claras al final del partido, y claro provocar que el público abucheara al equipo local. Definitivamente un resultado dulce.
Por paradójico que parezca, los que amamos este tipo de situaciones futbolísticas no esperamos que las derrotas de los equipos grandes se conviertan en la norma. Tienen que mantener el status y seguir engrandeciendose para que que sus caídas sigan teniendo sabor.
Antes de terminar con esta opinión quisiera aclarar, por si acaso se levantaron suspicacias, que lo que acabo de decir aplica más bien al futbol de clubes y no al de selecciones nacionales. Es decir, las selecciones no contratan jugadores -o no deberían si es que sucede- y su hinchada quiere a la camiseta por una cuestión nacionalista. Sin embargo espero que en Sudáfrica alguna “cenicienta” le estropee los planes a Argentina, Brasil, España, Francia o Inglaterra, para deleite de los iconoclastas y de algún apostador arriesgado.
1 comentario:
Me pongo de pie ante esta entrada.
Algunos errores ortográficas pero la hilación de ideas fue perfecta, me sentí reflejado en el texto, como aficionado madridista que celebró hoy el 3-2.
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